Cuando digo: «Soy tonto», lo digo mal. En realidad debería decir: «Pienso que soy tonto», pues a lo mejor no o soy o si que lo soy. Lo cierto es que no son más que pensamientos con os que interpreto la realidad. El problema es que nos creemos que esa realidad es lo que pensamos o lo que sentimos.
Fusión
A esta situación la llamamos fusión. Cuando una persona se cree totalmente y se identifica totalmente con los contenidos de su mente, se fusiona con ellos. En esta situación no distinguimos lo que vemos de lo que nos cuenta nuestra mente acerca de lo que vemos, como si fuera igual de válido.
Debes y Tienes
De esta manera nos convertimos en prisioneros de las reglas generadas por nuestra mente. Por «debes» y «tienes» rígidos; por reglas que hacen que sigamos ciegamente las instrucciones socialmente transmitidas.
Somos prisioneros de las reglas generadas por nuestro medio cultural (que nos dicta lo que está «bien» y lo que está «mal») e introyectadas en nuestra mente en el proceso de domesticación que ha supuesto nuestro aprendizaje social e interrelacional.
El «yo observador» en contraposición, es la capacidad objetiva de percibir y percibirnos. No juzga, no critica, ni da órdenes. Sólo se da cuenta imparcialmente. Se encarga de registrar todo lo que pasa. Puede percatarse de la existencia de nuestros pensamientos subjetivos y del poder de los mismos sobre nuestros estados de ánimo y en general sobre nuestras emociones, sentimientos y conductas. Pero para activarlo, a veces es necesario saber callar ese flujo de pensamientos que acaban provocando una sensación de fusión con la realidad otorgándoles, así, carácter de veracidad, cuando en realidad sólo están respondiendo a nuestras necesidades, deseos y creencias irracionales.
Cuento del reloj
El cuento que sigue, trata de explicar que existe una relación directa entre nuestra forma de pensar y nuestra forma de sentir y viceversa. Cuando esta interacción está presente, tanto en una dirección como en la otra, a nuestro «yo observador» le resulta difícil actuar, provocando en consecuencia muchas limitaciones, conflictos y trastornos.
Dejar de escuchar, a veces, a nuestro «yo pensante» es una forma de tranquilizar nuestra mente, conseguir una objetividad en nuestra forma de pensar, fundamental para afrontar nuestras adversidades.
«Una vez un campesino descubrió que había perdido su reloj en el granero. No era un reloj cualquiera porque tenía un valor sentimental para él.
Después de buscar en todo el heno por un largo tiempo, se rindió y buscó la ayuda de un grupo de niños que jugaban fuera del granero.
Les prometió que la persona que lo encontrara sería recompensada.
Al oír esto, los niños corrieron dentro del granero, buscaron en todo el pajar y alrededor de él, pero ellos tampoco pudieron encontrar el reloj. Cuando el granjero estaba a punto de dejar de buscar su reloj, un niño se acercó y le pidió otra oportunidad.
El granjero lo miró y pensó: ¿Por qué no? Después de todo, este niño parece bastante sincero.
Así el granjero envió al niño otra vez en el granero. Después de un rato, el niño salió con el reloj en la mano. El granjero fue a la vez feliz y sorprendido, por lo que le preguntó al niño cómo él tuvo éxito cuando los demás habían fracasado.
El niño respondió: No hice nada, sólo me senté en el suelo y escuché. En el silencio, oí el tic tac del reloj y fui a buscarlo en esa dirección.
Una mente tranquila puede pensar mejor que una mente alterada. Déjale unos minutos de silencio a tu mente todos los días y te ayudará a dirigir tu vida en la manera que lo esperas.
La mayor parte de la población en el mundo seguimos esa reglas transgeneracionales del «debo» «tengo» haciéndolas el pan nuestro de cada día, son estar concientes de todo el mal que nos hacemos. Gracias por compartir